Primera Era
En la Primera Era fueron creadas las diferentes razas que habitan los reinos.
El nacimiento
Los primeros seres fueron las plantas concebidas por la unión de los poderes de todos los dioses primogénitos de Eirea. Por esa razón ostentan el mayor cúmulo de virtudes. Fueron creadas de la misma tierra de la que se alimentan, y son las únicas capaces de crear verdadero alimento para los demás seres, las únicas con poder real para moldear la tierra a su antojo. Su nivel de conciencia es superior, aunque no fueron dotadas de la virtud del habla ni de la capacidad de transportarse.
Las plantas
Lummen tenía la idea de que podían existir seres capaces de moverse por el mundo teniendo una mayor capacidad para afectarlo que las plantas. En ello puso Lummen parte de su espíritu haciendo "despertar" a algunos de los árboles más grandes de Eirea. Los Ents entienden mejor que nadie la concepción inicial del mundo, y entienden que no deben modificarlo a la ligera, es por ello que han influido poco en la historia, y quedan escasos miembros de su raza, ya que aunque dotados de una vida inmortal su capacidad para reproducirse es limitada y muy lenta.
Los ents
Viendo Gestur a los impresionantes ents, se le ocurrió que podría haber más seres que se movieran y habitaran los bosques de Eirea y pudieran disfrutar con ellos y el pudiera demostrar su capacidad para igualar la obra de Lummen. Así, Gestur le comunicó su idea a Lummen, que decidió ayudarle con su creación, y entre ambos crearon a la mayor parte de los animales que pueblan Eirea, unos seres capaces de moverse y aprovechar todo lo que en ella crecía. Disfrutaron haciendo gran cantidad, todos diferentes, creando la gran diversidad de Eirea, haciendo algunos pequeños y otros mayores. Spp viendo a los animales y llenándose de alegría por la vida que habían creado Gestur y Lummen, decidió intentarlo por su parte dando vida a criaturas similares a las que esculpía en sus largas horas de espera en el Nexo; sin embargo su poder no puede compararse al de los grandes dioses y su creación no resultó ser como esperaba, pero dio lugar a los reptiles.
Los enanos
Llegan Guldan y Amarth, dos dioses menores, a Eirea.
Viendo Oneex como Lummen y Gestur trabajaban arduamente en la creación de la fauna y la flora, decidió crear él unos seres que fueran capaces de adorarle y reconocer el gran esfuerzo que realizó al crear Eirea tal como era. De la piedra creó una serie de humanoides y les dotó de su carácter tosco, insuflándoles la vida con parte de su propio espíritu. Así nació la raza de los enanos, que pronto se escondían en las cavernas naturales de las montañas y a los que Oneex enseñó el arte del trabajo de la piedra y del metal, pues la parte del espíritu de su creador que contenían, rápidamente les hizo demostrar gran interés y habilidad por los mismos temas que su padre.
La gestación de los humanos
Ocurrió que Lummen y Gestur vieron la obra de Oneex y quedaron anonadados ante aquellos seres tan capaces de tomar sus propias decisiones y trabajar la tierra que habitaban de una forma tan maravillosa, y a la vez se empezaron a preocupar porque aquellos seres ponían en peligro a todas las plantas y los animales que habían creado ellos. Así se pusieron a trabajar en una nueva creación, una raza que fuera tan capaz como los enanos, dotados de una gracia natural, y de la comprensión de la creación de la que gozaban los Ents.
Una creación tan impresionante levantó celos entre todos los demás dioses. Todos quisieron formar parte de la creación, todos querían que aquellos seres les adorasen a ellos como sus padres todopoderosos.
Los reptiles
Spp desanimado por la creación de sus fallidos reptiles pidió ayuda a Oskuro, y entre los dos y siguiendo los trabajos de Oneex y los progresos de Lummen y Gestur, crearon a la raza de los hombres-lagarto, seres contagiados por los espíritus de ambos, agresivos, con un gran afán de lucha y también con un gran respeto hacia la naturaleza en la que gustan de vivir salvajes y aislados.
Los orcos y los elfos
Astaroth con gran envida, cogió los inicios de los seres que Lummen y Gestur estaban creando y los terminó por su cuenta, pero con su peculiar visión de la belleza; lo que creó fue una aberración, corrupta por el odio y los celos que Astaroth sentía hacia todo lo que los demás dioses habían intentado crear, el resultado fue la raza de los orcos. Ante la visión de sus nuevos seguidores todos los demás dioses se escandalizaron, y Astaroth montado en cólera bajó a Dalaensar, a una gran zona boscosa donde posteriormente se alzaría el gran bosque de Orgoth, y arremetió sobre los cuerpos aún sin vida de la nueva raza que los dioses iban a bautizar con el nombre de humanos. Astaroth destrozó y desgarró aquellos cuerpos sin vida, hasta que Amarth se interpuso en su camino. Fue entonces cuando Astaroth hizo aparecer la Lanza Ulmechia, un artefacto forjado por él mismo, enteramente de artheled capaz de herir incluso a los más poderosos de los dioses, y con ella atravesó el cuerpo de Amarth. Este cayó moribundo sobre uno de los Edhelorn creados por Lummen, unos árboles gigantescos, y su sangre se esparció por todo el claro. Ante esta visión Argan, una de las divinidades menores que habían llegado recientemente a Eirea, empezó a llorar desconsoladamente, y sus lágrimas cayeron purificadoras sobre el claro en el bosque, abrasando la piel corrupta de Astaroth. Ocurrió que la sangre de Amarth y las lágrimas de Argan se fundieron con los cuerpos humanos y uno de los grandes árboles edhelorn de Lummen y de ellos surgió una raza casi divina, con unos dones que ni los mismos dioses habían podido imaginar, los elfos.
Desnudos y sin armas hicieron frente valerosamente a Astaroth, que abrasado por las lágrimas de Argan, herido y confundido regresó a su morada inmortal.
Entonces Astaroth enfadado dictaminó que todos aquellos seres sufrirían la ira de sus creaciones, y que se verían inevitablemente ligados al destino y a una vida mortal en la que el tiempo pasaría para todos ellos y envejecerían, viendo perder la belleza que los dioses habían puesto en todas aquellas razas, y al final deberían rendir cuentas con él mismo. Y así fue como plantas, animales y humanoides se vieron ligados al destino y al envejecimiento.
Las bestias goblinoides
Astaroth decidió conquistar el mundo para él mismo y destruir al resto de las razas. Para ello creó toda una serie de criaturas capaces de extenderse rápidamente y hacer frente al resto de razas. De sus diferentes pruebas nacieron los más prolíficos: goblins, gnolls y trolls, y otros mucho más poderosos engendros de los que perdió el control en su mayoría, y que a lo largo de la historia mezclándose con animales y plantas han dado lugar a toda la diversidad de monstruos actual.
El nacimiento de los humanos
El miedo que esta maldición les produjo a los demás dioses, y la velocidad con la que los seres de Astaroth se multiplicaban, llevó a los dioses a decidir acabar su raza de humanos, pero modificándola, de tal forma que estos no estuvieran ligados al destino ni a Eirea, para que fueran independientes de los dioses y pudieran decidir por ellos mismos y no tuvieran que rendir cuentas ante Astaroth al final de sus días.
Oneex e Ishmar crean la isla de Eradia en la inmensidad del océano, al sudoeste de Dalaensar, donde se llevó a cabo la creación de la nueva raza. Los dioses dotaron a los humanos de una gran fecundidad, y les dieron una vida breve para que no se entretuvieran pensando o con placeres vanos como hacían elfos y enanos, sino que vivieran la vida intensamente, disfrutando de cada instante como si fuera a ser el último, les dotaron de una gran energía vital, y cada uno de los dioses les confirió una de las facetas del atributo que dominaban, dándoles finalmente el más grande de los dones del cual el resto de razas carecen, la Pasión. De ese modo ganarse el corazón de un hombre tendría verdadero valor para los dioses, ya que ellos elegían libremente al no estar atados a ninguna divinidad en particular, ni a un destino impuesto superior, y no podrían ser controlados por las acciones de Astaroth fácilmente, además de tener por tanto la capacidad de enfrentarse a las criaturas de Astaroth equilibrando así la contienda que iba a sufrir Eirea.
El alzamiento de los muertos-vivientes
En un arrebato final Astaroth maldijo a los hombres de tal modo que a su muerte su espíritu no pudiera culminar su viaje hasta el limbo, y quedaran ligados al plano material, convirtiéndose en muertos-vivientes a su servicio. De esta maldición sólo se ven salvados aquellos que por su corazón puro y bondadoso llegan a tocar la gracia de los demás dioses y estos les protegen en el tránsito final hacia el limbo. La maldición de Astaroth es tan poderosa que incluso algunos elfos y enanos llegan a ser atados a ella, aunque en una minoría muy escasa.
Llegan al mundo Paris, Goku, Errante e Ishmar, todos ellos dioses menores.
Pronto los muertos-vivientes empiezan a proliferar en la isla de Eradia y los orcos cada vez se extienden más rápida y prolíficamente por Dalaensar. Los dioses, temerosos de que esto signifique el fin de sus creaciones, empiezan a crear un vínculo especial con sus seguidores, este vínculo les permite a los más leales de los mortales comunicarse con sus divinidades y cambiar el mundo canalizando su energía y logrando así hacer frente a las hordas de Astaroth. De este modo surge las razas sienten a sus divinidades, estas se hacen patentes y surgen la religión en Eirea. Los sacerdotes se convirtieron en el arma equilibradora de la contienda, aunque a costa de compartir parte de su espíritu con los dioses, que pronto ven que cuantos más vínculos de lealtad tengan y más fuertes sean estos, les será posible alterar Eirea a través de sus seguidores de forma más eficaz.
Primeros enfrentamientos raciales
Los elfos miran con recelo a enanos y orcos, una constante amenaza contra sus territorios y la naturaleza que tanto aman. Ellos sin embargo no tienen ninguna deidad mayor que les proteja puesto que estas se preocupan sólo de sus creaciones. Por ello ven con temor el poder clerical del resto de razas y pronto empiezan a buscar una forma de hacerle frente. Los elfos investigan el poder de los legendarios y olvidados dragones y de los mismos dioses, y gracias al entendimiento que alcanzan de la naturaleza y a sus largas vidas, descubren un nuevo arte que les permite modificar el mundo a su antojo, la magia. Pronto se hace patente que por su naturaleza tienen una capacidad innata para trabajar con la energía con ese arte que llaman magia, y logran imitar e incluso superar en muchos casos las proezas que el poder clerical había conseguido.
El nacimiento de la raza drow
Oskuro por su parte tenía sus propios planes para el mundo. Era de algún modo el más parecido a Astaroth, y con él compartía el ansia común de convertirse en un dios todopoderoso reinante por encima de los demás. Por esta razón creó una trabajada trama para llegar a controlarlo todo. Lo primero que hizo fue traer a una divinidad que había aparecido en el Mausoleo, Lloth, la Diosa Araña. Le hizo creer que sería su aliado si ella conseguía poner a los elfos de su lado. Así Lloth embaucó a algunos de los elfos, lo que dio origen a las Guerras Drow. Lloth logra convencer a algunos de los elfos mas ambiciosos para que no se conformen solo con los bosques, y para que manden por encima de todas las otras razas, pues son superiores. Les enseña a jugar sucio si con ello logran ganar poder, a desconfiar de los demás, a ser ambiciosos y a controlar la alta magia. Cuando esta facción de elfos intenta entrar en los poblados y ciudades de sus hermanos e imponerse por la vía de las armas empieza la guerra y ellos se protegen en la oscuridad de la noche, atacando por sorpresa.
Los elfos seguidores de Lloth toman el nombre de Drow para auto identificarse y separarse de sus hermanos. Adquieren cada vez más poder y ayudados por las artimañas de la diosa araña se hacen con el poder de muchos poblados elfos reduciendo a cenizas grandes ciudades, no solo elfas, sino de muchas más razas, en muestra de su dominio sobre el resto de mortales, corrompidos por la oscuridad de Lloth.
Los dioses intervienen luchando contra Lloth a quien envían a las profundidades de la tierra, dejándola encerrada. Los elfos son apoyados por algunas facciones humanas que habían llegado a Dalaensar tras aprender el arte de la navegación de manos de algunos elfos que llegaron a sus costas, dando origen a la primera alianza élfico-humana, y empujan a los drows al interior de la tierra junto a Lloth. Los dioses castigan a los drows dotándoles de una nueva piel que niega la purificadora luz del Sol, es por ello que su tez es negra y no resisten los rayos solares.
Los elfos que quedan en la superficie, desconcertados tras la guerra, y con sus territorios asolados, se dividen en pequeñas facciones, decididos a reconstruir su modo de vida. Los más conservadores permanecen en los bosques, ahora sólo en Orgoth, mientras los mas atrevidos e innovadores construyen grandes ciudades y algunos se mezclan entre los humanos que les habían apoyado. Los humanos aprendieron así las artes de la forja y la construcción élficas, exploraron el mundo, conocen y se mezclan con el resto de razas. En este periodo nacieron la oculta Mâmbar y la cosmopolita y bella Tearolin.
La división de los humanos y el nacimiento de los minotauros
Mientras tanto, los humanos empezaron a diferenciarse en diferentes castas. Por un lado los humanos que primero confiaron en los elfos y se aliaron con estos para luchar contra los drows, fueron los primeros en viajar a Dalaensar y tras las primeras Guerras Drow convivieron durante años junto a los elfos ayari de los que aprendieron el arte de la forja, la ciencia, la guerra, la literatura, la música y la magia, estos humanos serían conocidos como darunlay, los hombres nobles.
Posteriormente una catástrofe natural sucedió en Eradia, en verdad a causa de las ardides de Oskuro. Los humanos que no quisieron aliarse con los elfos y se quedaron en la isla pidieron ayuda a los dioses de forma insistente y arrogante, y por ello Oskuro convenció a los demás para castigarles, cerniendo sobre ellos la maldición del toro. De ese modo las facciones humanas que se consideraron egoístas con los dioses fueron encerradas en el Laberinto, y convertidas en un híbrido parecido a un toro humanoide, los minotauros. Los demás humanos huyeron hacia Dalaensar, y se vieron obligados a abandonar por completo Eradia, siempre temerosos y sin explicar jamás lo que les ocurrió a sus hermanos. Ocuparon todos sus navíos con lo imprescindible para crear un nuevo asentamiento en el continente, y quienes pudieron ocupar una plaza en los barcos pudieron sobrevivir.
Nada se supo de quienes se vieron obligados a quedarse, y no hubo jamás noticia de que nadie volviese. Los humanos, agrupados en tribus, se dividieron en varios grupos, según la dirección que decidieron tomar. Las primeras tribus que pisaron el continente fueron las que viajaron hacia el noreste esquivando las líneas de islas que separaban la isla del continente; allí se dispersaron y fundaron varias comunidades humanas, entre las que con el tiempo sobresalió la urbe de Anduar conocida como nexo de razas y culturas, y fueron conocidos como los adhurn; llegaron a crear grandes lazos comerciales con todas las razas y comunidades humanas, convirtiéndose así su idioma en el común a todo el sur de Dalaensar.
Las tribus más aventureras decidieron viajar lejos al este dando la vuelta al mundo hasta que arribaron, después de muchas penalidades, a las costas orientales del continente conocidas como Costas del Mar de Plata, a una bella península donde fundaron una gran ciudad portuaria conocida como Ermite; siglos más tarde fundarían una gran fortaleza más al norte sobre un montículo que coronaba un gran valle y que finalmente les haría ganarse el nombre de takomitas. El tercer grupo de tribus viajó hacia el norte, pero no tuvo tanta suerte como adhurn y takomitas, se vieron envueltos en grandes tormentas, y la mayor parte de la flota fue destruída, unos cuanto barcos lograron llegar al norte del continente de Dalaensar y algunos náufragos lograron llegar a nado a la occidenal Costa del Viento Ígneo; todas estas tribus segregadas y poco organizadas, fueron vistas con el tiempo como salvajes por el resto de sus hermanos, dando lugar a los bárbaros del norte.
La Guerra de los Dragones
Oskuro incita a Lloth a salir de la Suboscuridad, pero esta es reticente a volver a aliarse con Oskuro pues este ya le traicionó una vez. Pese a ello los drows arrastrados por su sed de sangre y el odio hacia todos los seres de la superficie son instigados a atacar por las noches los asentamientos especialmente de elfos dando lugar a las segundas Guerras Drow. Oskuro es consciente del poder de sus enemigos y no quiere enfrentarse cara a cara para controlar Eirea, se hace aliado de Astaroth para que juntando sus huestes puedan arrasar Dalaensar y convence a Oneex para que les apoye. Así entre los tres abren por primera vez un portal a la dimensión de los antiguos dragones y pacta con algunos de ellos para que ayuden a sus huestes a destrozar a humanos, elfos y enanos. De este modo llegan a Eirea los grandes dragones Valcus el negro, Derethnen el verde, Onerian el rojo y Eyner el amatista. De ellos Valcus era el más poderoso y cruel, y Eyner demostró no ser del todo afín a los planes de Oskuro y acabó traicionándolo. Pese a las reticencias de Gedeon, finalmente Gestur, Lummen y Osucaru viajan a la dimensión de los dragones y liberan a aquellos que les juran lealtad. Así fue como llegaron los dragones dorados, de oropel, de bronce, de cobre y argénteos a Eirea.
Las luchas entre los dragones de Astaroth, Oskuro y Oneex y los de Gestur, Lummen y Osucaru provocaron grandes estragos en Eirea. Todos los mortales sufrieron el poder desmesurado de los dragones y se vieron castigados por su aliento y su poderosa magia que les otorgan una gran capacidad de destrucción. Muchos mortales murieron, hasta que ante tal devastación Gestur, Lummen y Osucaru decidieron tomar cartas en el asunto y enfrentarse directamente a Astaroth, Oskuro y Oneex.
Durante esta época aparece la orden de los Paladines de Ishmar, una facción de consumados caballeros consagrados a su dios. Conjugando una combinación de espada, magia clerical y lealtad, logran hacer frente a los dragones, reduciendo los estragos de la destrucción causada por estos en su región natal, Takome, llegando a montar a los dragones de Gestur, Lummen y Osucaru en algunas de las más grandes batallas que tuvieron lugar durante la guerra.
Fin de la Primera Era: la Guerra de los Dioses
Los Dioses habían alcanzado distintos niveles de poder a lo largo de los siglos acontecidos desde que aparecieron en Eirea, cuando llegó el momento del enfrentamiento directo, el mundo empezó a temblar con cada golpe. Debido a este enfrentamiento Astaroth, el más odiado de los dioses, muere presa de la fuerte unión de los poderes de sus enemigos. Los artefactos mágicos de Oneex logran mermar el poder de Spp, aliado de Osucaru, equilibrando de nuevo la contienda. Osucaru se rodea de Gestur y Lummen y sin darse cuenta el enfrentamiento de poderes desatado en los cielos se traslada al mundo físico, cuando caen en la ciudad de Anduar.
Siguen luchando sobre ella hasta que prácticamente queda reducida a cenizas. Oskuro y Oneex en inferioridad de condiciones ante Osucaru, Gestur y Lummen deciden usar una estratagema para deshacerse de sus contrincantes y crean un portal dimensional al que les empujan, pero en el último momento aparece Paris, un semi-dios afín a Osucaru y le salva en medio de una cruel lucha contra Oneex, que es arrastrado junto a Gestur y Lummen a una dimensión conocida con el nombre de Iluminado mientras Osucaru cae prácticamente agotado.
Paris ha estado esperando durante largo tiempo hasta acumular el suficiente poder para entrar en la contienda, y cuando se ve lo suficientemente preparado se enfrenta a Oskuro en solitario, sin esperar a que Osucaru pueda recuperarse. El poder desatado por Paris es grande, y un Oskuro ya débil por los continuos enfrentamientos no es capaz de vencer a su nuevo enemigo. Exhausto, decide retirarse para recuperarse con el tiempo y Osucaru queda como la divinidad vencedora. En el lugar del enfrentamiento final queda una gran grieta que marca los hechos. Será conocida posteriormente como la Grieta del Olvido, y sobre ella y las ruinas de la antigua Anduar se construye la nueva ciudad, aún mayor y más esplendorosa que la anterior. Osucaru se da cuenta de que el mundo tal y como existe debe estar equilibrado para poder existir indefinidamente. Por ello se aleja de Eirea para dejar de influir en ella y mantener así la neutralidad. De nuevo intentando equilibrar la balanza, Osucaru imbuye parte de su espíritu en Paris que crece así en poder hasta alcanzar el nivel de los 7 dioses primogénitos. Ya adorado por multitud de mortales pasa a ser conocido a partir de ese momento como Dios del Bien, y enemigo natural de Oskuro, que pasa a ser conocido por los mortales como Dios del Mal, aunque muy probablemente estos títulos sólo sean un reflejo de cual fue el vencedor de la contienda. El resto del poder del Mundo fue repartido para que el equilibrio reinara en Eirea. Algunas entidades poderosas fueron destruidas o exiliadas por la Ira de los vencedores. Guldan e Ishmar fueron exiliados del mundo, Errante y Dimmak alcanzaron el rango de semi-dioses, y la balanza quedó equilibrada nuevamente, el mundo comenzó así su reconstrucción y los mortales volvieron a dominar Dalaensar durante largo tiempo. Los dragones que sobrevivieron a la contienda se escondieron en su mayoría para no llamar la atención, algunos de ellos entraron en un estado de hibernación y otros se dedicaron a acumular tesoro arremetiendo esporádicamente contra las poblaciones cercanas a sus guaridas.
Gedeon entristecido por los hechos acaecidos que han dejado el mundo totalmente devastado decide apartarse de los demás dioses y se retira a la isla de Eradia donde en una de sus pocas intervenciones en Eirea, perdona a algunos de los minotauros que muestran arrepentimiento y les ayuda a salir del Laberinto. La raza de los minotauros prospera en Eradia, de donde nunca han salido, y permanecen conservando su forma de toro con gran orgullo como señal del castigo que han cumplido.
Lloth aprovecha el momento de debilidad de Paris y Oskuro que se están recuperando y extiende sus influencias en la superficie seduciendo con gemas y otros tesoros a un grupo de enanos, dando así origen a la raza de los duergar. Con ellos y sus fieles drows, la Diosa Araña, arremete una y otra vez contra los seres de la superficie, sembrando el miedo sobre los desprotegidos mortales, que han de enfrentarse solos a su amenaza. Pese a ello Lloth nunca logra hacerse con el control de la superficie ya que el Sol impide continuamente a sus seguidores conquistar los reinos de humanos, elfos, enanos y orcos.
Oskuro enfadado por la traición de la Diosa Araña instiga a sus fuerzas contra Lloth y sus seguidores duergars y drows.
Estos hechos marcan el fin de la Era del Nacimiento y dan inicio a la Segunda Era de los dioses.
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