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Revisión actual del 23:48 9 mar 2012

La Batalla de Anduar

La Batalla de Anduar se recordará como el preludio del final de la Segunda Era.

Contexto previo a la batalla

Durante mucho tiempo, Oskuro llevaba planeando el modo de derrotar definitivamente a Paris. En primer lugar, se dedicó a consolidar su posición en Eirea, con hechos como la corrupción de Tarhilon y la Conquista de Dendara. Todos esos relatos pertenecen a la Segunda Era, y por tanto no creo necesario volver a dejar constancia de ello en este escrito.

Sus sirvientes, a excepción de algunos humanos, eran demasiado caóticos, y organizar un ejército poderoso, como los que habían cosechado sus grandes victorias en el pasado, era demasiado costoso. Los demonios eran demasiado independientes y no siempre leales, y los Dragones ya habían pasado su Edad de Oro. Por su parte, los fieles de Paris estaban mejor organizados y siempre hacían frente común a sus ataques. Por todas estas razones, el Supremo Señor del Mal había recurrido a un plan alternativo, un plan que le llevaría a una gloria mayor de la que ningún otro Dios había logrado nunca.

Lord Sharanos le era fiel, pero hacía tiempo que se había vuelto débil, embebido en las tareas del Consejo, por lo que su confianza se fue desplazando en favor de otro. En favor del Archiprelado. A él le confío su plan: traería legiones oscuras desde otra de las muchas dimensiones del Universo, y el Archiprelado sería el encargado de lanzar el conjuro que abriría el portal entre ambas dimensiones. Así pues, Oskuro viajó hasta el Mausoleo y buscó una dimensión afín, una poblada por poderosas criaturas de la Oscuridad. Y la encontró. Trabó contacto con aquellos seres, que se ofrecieron a ayudarle, pero no sin pedir algo a cambio, pues se encontraban en guerra. Y así Oskuro tuvo que dividir su presencia entre las dos dimensiones.

Transcurrieron los años y sus aliados finalmente le anunciaron que se proponían a realizar el asalto final que erradicaría el Bien de aquel mundo paralelo, y que una vez lo hubiesen logrado, estarían dispuestos a cumplir su parte del trato y ayudarle en su lucha final contra Paris y sus siervos. Oscuro pues, trasladó la esencia de su poder casi por completo a aquella parte del Universo para acelerar la victoria y conquistar después Eirea de una vez por todas.

Lord Sharanos llevaba un tiempo notando las fluctuaciones de poder de Oskuro, cada vez menor en los Reinos y se alarmó, pensando que era un castigo a sus fieles por no lograr sus objetivos. Ante eso, se embarcó en el proyecto más ambicioso que jamás haya emprendido un mortal: la creación de una raza superior. En sus laboratorios empezó a experimentar con resultados lentos pero favorables, pues se dice que un poderoso Semidios colaboraba en su investigación.

Pero lo cierto es que cuando Oskuro abandonó Eirea, la situación se hizo demasiado alarmante para ser encubierta. Los fieles pensaban que su Señor les había abandonado y el propio Sharanos aceleró su proyecto, dando vida a los Kuruloo. Pero los resultados estuvieron muy por debajo de lo previsto y la frustración del mago fue inmensa cuando su raza, destinada a decantar la balanza del lado del Mal, resultó ser un fiasco.

Para entonces, el Consejo de Dendara se reunió en pleno para decidir como actuar frente a la desaparición de Oskuro, dividiéndose entre los partidarios de un ataque desesperado a las Fuerzas de Paris, para disponer de más tiempo con que decidir, y los partidarios de fortificar el Reino para evitar la derrota. Aunque en las sucesivas reuniones del consejo siguió habiendo una gran confusión, finalmente triunfaron estos últimos, gracias a la intervención de Lord Sharanos, quien confiaba en el regreso de Oskuro. En cambio, los miembros mas jóvenes e impetuosos lo vieron como un acto de debilidad por parte del gobernante de Dendara y comenzaron a organizarse en milicias de asalto, hasta independizarse de la Milicia oficial.

Su líder, Taol, uno de los antipaladines que había expresado en el consejo su preferencia por la vía agresiva, asentó el campamento de los rebeldes en los límites del Bosque del Olvido. Con ayuda del Mago Negro Braesh y el Clérigo Meilin planearon el ataque a la ciudad comercial de Anduar. Mientras tanto, los leales al Consejo, muy pocos en número, preparaban guarniciones cerca de Celiath. Las fuerzas de Paris, a su vez, organizaron un ataque a la capital del Reino.

Taol y sus ayudantes decidieron atacar al anochecer, con la intención de masacrar a los campesinos y comerciantes mientras éstos regresaban a sus casas tras una dura jornada de trabajo, para más tarde animarlos como sirvientes no-muertos. Para mantener el secretismo con el que se había gestado toda la operación, todos los servidores del Bien que tuvieron la desgracia de acercarse al campamento fueron aniquilados sin compasión, y sus espíritus desterrados por los clérigos para evitar filtraciones. Por gracia o desgracia, una ladrona cuyo nombre no pasó a la historia logró escapar y dio la voz de alarma. Las Fuerzas de Paris movilizaron un gran contingente de tropas cerca de las proximidades de la ciudad para defenderla, pero sorprendentemente, Celiath no envió un sólo hombre y se prohibió que ninguno acudiese voluntariamente.

Al mismo tiempo, los seres con que Oskuro buscaba alianza revelaron su traición, pues no tenían la más mínima intención de ayudarle. Furioso pero sabedor de que en aquella dimensión estaba en desventaja, no pudo más que jurar que se vengaría y regresar a Eirea, donde se encontró aquella situación que no entraba en sus planes.

La noche del ataque fue una inmensa batalla, donde miles de guerreros, sin distinción de bandos, murieron, sin que hubiese un claro vencedor. Se dice que los espíritus de los caídos, aún después de tantos años, a veces regresan las noches en que las dos lunas están llenas y continúan la batalla, como castigo de los Dioses que jamás dejarán reposar en paz sus almas. Los actuales habitantes de Anduar lo desmienten, pero es cierto que muchos han desaparecido en una de esas noches.

El desarrollo de la batalla, como suele ocurrir, no fue de acuerdo con lo previsto: aunque los bandos se encontraban bastante igualados, el peso de las hordas no-muertas había de ser decisivo en la contienda. Las tropas del Mal diezmaron la población en los suburbios que se asentaban fuera de las murallas, y con una ferocidad inaudita, lograron echar abajo las puertas de la ciudad, introduciéndose en ella y destruyendo todo cuanto encontraban a su paso. Los clérigos del mal aprovecharon la ocasión para formular el complicado Ritual del Despertar, que animaría a los caídos como soldados sin mente. Los magos y clérigos del Bien no daban abasto tratando de curar a sus tropas y repeler la invasión, y no pudieron hacer nada para impedir que el Ritual llegase a su fin. Los esqueletos y zombies se alzaron y empuñaron sus armas, avanzando hacia el frente de batalla. Las fuerzas de Paris quedaron completamente desmoralizadas y si siguieron luchando fue para conservar sus vidas en un desesperado intento de huída. La balanza se inclinaba claramente del lado del Mal, y los líderes del bando defensor caían uno tras otro. La ciudad parecía perdida, y se dice que, en ese justo momento, una sombra apareció sobre la Torre del Gran Canciller en Dendara y comenzó a extenderse a una velocidad de vértigo sobre la ciudad, amenazando con engullirlo todo. Los miembros mas reticentes del Consejo, que se opusieron al ataque, empezaron a vacilar sobre su actuación y observaban a través de globos mágicos el desarrollo de la batalla.

Los últimos defensores del Bien estaban arrinconados en la histórica Torre de Agband, y era cuestión de tiempo que finalmente todo el esfuerzo hubiera sido en vano. Taol soltó una estruendosa carcajada que se escuchó en todos los Reinos cuando sus magos lograron romper el sello mágico de la Torre, y Oskuro se regocijó con el pensamiento de que todo lo anterior había sido un mal revés.

Pero de repente, el fragor de la batalla quedó silenciado, ante el rugido del mágico Cuerno de Kairin, una reliquia de los tiempos antiguos, que hasta entonces había sido custodiada durante eones por una rama perdida de los Paladines, y que era su símbolo más sagrado. Cientos de Paladines entraron cabalgando en la ciudad, gritando enardecidos gritos de batalla, e hicieron retroceder a las Fuerzas del Mal, liberando a los últimos supervivientes de Agband con la ayuda de una poderosa maga a quién todos creían muerta. Las fuerzas de ambos bandos se reagruparon en los extremos de la ciudad, dándose un breve periodo de tregua que unos aprovecharon para curar a sus heridos y otros para reanimar a los caídos.

Tras escasas horas, los bandos se alinearon de nuevo para el combate, pero antes de que éste comenzase, Bauren, comandante de los Paladines de Takome, hizo resonar una vez más el mítico Cuerno y alzando su voz, desafió a cualquier líder del Mal que tuviese agallas a enfrentarse a él uno contra uno. Taol aceptó el desafío sin vacilar, y el combate comenzó en el centro de la ciudad. De las armas y armaduras saltaban chispas, y todos observaban consternados el enfrentamiento. Ninguno de los dos luchadores era capaz de vencer la férrea defensa de su oponente, hasta que una dura carga de Taol logró arrinconar a Bauren contra uno de los árboles que adornaban la plaza y levantó su sable contra el aterrorizado paladín.

Taol descargó un golpe devastador sobre Bauren, pero este logró esquivarlo y el arma de Taol quedó incrustada en el tronco del árbol. Bauren recuperó su arma y entonando una alabanza a Paris se dispuso a ensartar al indefenso antipaladín, pero una inmensa masa de oscuridad empezó a concentrarse alrededor de éste. El arma de Bauren quedó atrapada en la oscuridad y se disolvió corroída. La Oscuridad se adentró en el cuerpo de Taol, y sus ojos empezaron a brillar con un fulgor maligno. ¡Oskuro en persona había decidido intervenir poseyendo su cuerpo! El arma de Taol giró con una fuerza inimaginable, talando el centenario árbol por la mitad. Pero Paris no estaba dispuesto a abandonar a su seguidor, y convocó potentes hechizos sobre su paladín, otorgándole un arma de una calidad inaudita. De cualquier modo, la pericia en armas de Oskuro era superior a la de cualquier mortal, y el cansancio fue haciendo mella en Bauren, mientras que Taol, convertido en avatar, gozaba de un vigor sobrenatural.

Finalmente, Bauren, aún a sabiendas de que eso acabaría con su vida, pidió a Paris que poseyera su cuerpo del mismo modo que Oskuro había hecho con Taol. A pesar de las reticencias del Dios del Bien, finalmente escuchó la suplica de su fiel seguidor y se enfrentó a Oskuro en igualdad de condiciones. El eterno combate tendría lugar una vez más. Tras varias horas de combate, cuando despuntaba el amanecer Paris logró una victoria parcial sobre Oskuro, que con sus poderes mermados por el viaje dimensional abandonó a sus fieles. Pero Paris también había quedado muy debilitado y apenas podía sino observar como el combate se reanudaba entre ambos ejércitos y sus tropas caían ante el aplastante peso de la superioridad numérica. Cada guerrero del Bien era irreemplazable, mientras que los muertos engrosaban las filas del ejercito maligno.

Aquel no era un día en que Oskuro pueda decir que fue afortunado, pues una vez más el destino se torció en su contra. Al llegar a su sactasanctorum espiritual descubrió con horror que alguien le estaba esperando. Era Lloth, señora de los drows, que pretendía aprovechar la situación para arrebatarle la cartera y convertirse en la única Diosa del Mal. Y la jugada le hubiera salido bien, sino hubiera sido por una antigua aliada de Oskuro que acudió en su ayuda en el momento preciso. Con su inestimable ayuda, Oskuro derrotó a Lloth, no sin antes sentir que la deuda contraída con su antigua aliada, cuyo nombre prefiero obviar, le traería más de un problema en el futuro.

Por eso, consciente que estaba ante un nuevo rival al que derrota, envió una visión a Xhork, quién le estaba rezando en aquel momento, dándole las instrucciones sobre algo que será relatado mas adelante y que se puede entender como su venganza última contra la Reina Araña y sus seguidores.

Mientras tanto, Paris, desolado ante la visión de la batalla, buscó a través de los planos a su eterno antagonista y lucharon una vez más. En el campo de batalla, el combate estaba a punto de terminar con la victoria del Mal, pero en la otra contienda, Paris venció definitivamente al debilitado Oskuro y de repente todos los muertos vivientes, que en ese momento eran la mayoría de los guerreros del Mal, cayeron derrumbados. Tras una corta charla en que Oskuro trató de convencer a Paris de que el Bien era una utopía, éste, para demostrarle lo contrario, simplemente le desterró a otra dimensión, en lugar de acabar con él definitivamente.

La batalla continuó en igualdad de condiciones, y son numerosas las hazañas realizadas por los integrantes de uno y otro bando. Durante un día entero se prolongó el combate, hasta que finalmente, todos cuantos habían participado en él estaban muertos o demasiado malheridos para continuar. Anduar se convirtió en un grotesco osario, sin que ningún bando obtuviese una victoria clara: numerosos guerreros del Bien habían perecido, las fuerzas del Mal habían quedado muy mermadas y la ciudad de Anduar, probablemente, tardaría mucho en recuperarse...


Mientras tanto, en algún lugar fuera del Plano Material Primario, dos figuras evaluaban el resultado de la Batalla.

- Veo que has cumplido las ordenes que te di.
- Sí, ¿que hago ahora con ella?
- Mátala, ya no me sirve.
- De acuerdo... ¿y después?
- La verdad es que este resultado me es mucho más favorable de lo que había esperado.
- No estoy tan seguro, Taol ha muerto sirviendo a Oskuro. Le fue fiel hasta el final. ¿Qué te hace pensar que puede ser diferente con los demás?
- Si, pero la desaparición de Oskuro me permitirá manipular a otro que había considerado intocable.
- Taol ni siquiera se dio cuenta... sois un maestro de la mentira, pero no me habéis dicho que he de hacer.
- Tranquilo, por el momento no te necesito.
- ¡Vaya!
- No te alarmes, me serás útil más adelante. Diviértete. Aprovecha el poder que te he dado aniquilando unos cuantos cientos de miles de mortales.

Mientras, Gedeón estaba preocupado. La balanza se estaba inclinando demasiado, y aun no conocía la magnitud de aquella nueva fuerza que había entrado en juego.

El adiós de Paris y un nuevo advenimiento

En Takome, a pesar de los miles de guerreros perdidos en la Batalla de Anduar, planeaban tomar represalias contra las huestes del Mal, y se pusieron en contacto con sus aliados elfos y enanos, preparando un ataque al Reino de Dendara. Las tropas comenzaron a tomar posiciones en Celiath, como habían supuesto los consejeros de la capital del Mal. Curiosamente, un ensombrecido Canciller proclamó su odio al Mal destacando por encima de cualquier otro, sin que nadie supiese nunca a que se debió aquel cambio tan radical en su actitud, pues en la anterior batalla de Anduar se negó a enviar tropas desde Celiath.

Ahora eran las Fuerzas del Mal las que estaban en desventaja, pero aún contaban con sus más poderosos guerreros, mientras que la orden de Paladines de Takome había perdido a muchos de sus más avezados lideres. Por otro lado, Oskuro finalmente había abandonado Eirea y sus clérigos habían visto reducido su poder a sencillas curas y bendiciones. Sólo el Archiprelado conseguía mantener su poder. Así la cosa, Lord Sharanos pidió la ayuda del Emperador de Galador, quien envió algunos escuadrones de tropas, aunque éstas resultaban insuficientes, por lo que el Consejo determinó la movilización y adiestramiento de la población civil al completo, pues aún a grave perjuicio de su economía, sabían que si en la inminente batalla fuesen derrotados, el Reino se habría perdido para siempre. Comenzaron las negociaciones con los Reinos aliados, con infructuosos resultados, ya que estos también se encontraban en crisis. Bendorf, creyéndose protegido en la suboscuridad, cortó sus relaciones con los demás Reinos, manteniéndose al margen de los asuntos de la superficie durante siglos, sumidos en sus propios problemas, mientras que Golthur se regocijaba ante la desdicha de los humanos, si bien algunos mercenarios se aliaron con el Reino a cambio de grandes sumas de dinero. El lejano Reino de Zulk estaba, sencillamente, demasiado distante como para intervenir.

- Escucha rápido, cada minuto que paso aquí me debilita. Tengo un trabajo para ti.
- Pensaba que estaba de vacaciones...
- Yo ordeno y tu obedeces, ¿entendido?
- Sí... claro.
- Bien, Oscuro ordenó a Xhork enviar a cuatro clérigos sin poderes a una tarea imposible. Asegúrate que lo consiguen.
- ¿Y después?
- Después... te dejo libertad para elegir la forma en que los matarás.


La avanzadilla que Dendara había enviado a Celiath apenas aguantó unas horas, pese a haberse fortificado con empalizadas y trincheras: simplemente no pudieron hacer nada para evitar lo que se les venía encima. La avanzadilla hubo de replegarse, perdiendo muchos hombres durante la retirada. Al regresar a Dendara se organizaron patrullas en las Torres de Angaloth y se abandonaron los pueblos y ciudades menores a su propia suerte. Tanto Dendara como Galador se preparaban para el asedio. El mayor contingente de tropas se situó en Angaloth Este, por donde seguramente caería el grueso del ataque.

Los seguidores de Paris se aproximaron a Dendara arrasando todo a su paso en nombre de un Dios del Bien que no aprobaba sus actos y finalmente, comenzó el asalto a Angaloth Este, mientras que una compañía menor se dirigía a Galador para evitar el envío de tropas de refresco. Los soldados de Angaloth Este, muy bien pertrechados y tras la seguridad de las torres, aguantaron el ataque con la fuerza que otorga la desesperación del que presiente su fin. Galador increíblemente también aguantó el ataque, por lo que el bando del Bien, formado principalmente por humanos, se replanteó su estrategia. Un grupo de aventureros se internó en las minas de Lord Sharanos con la pretensión de coger desprevenida a la guarnición de Dendara desde el Sur. Nydalird, el delegado del Consejo de Dendara, tomó la drástica decisión de destruir todos los soportes de la mina. Los trabajadores, con resignación, hicieron que la mina se desplomase atrapándoles tanto a ellos como a sus enemigos entre los escombros. No hubo supervivientes.

La batalla se iba volviendo cada vez mas sangrienta, y ambos bandos empezaban a echar en falta la escasez de suministros: unos por el abandono de los cultivos y otros por la distancia que les separa de su Reino. Los asediantes pidieron una vez más ayuda a Takome, y el Consejo tomó la arriesgada decisión de enviar a los últimos integrantes de la Orden de Paladines, al mando del venerado Patric. Aunque se detuvieron en Anduar buscando el Cuerno perdido durante la batalla, no lograron encontrarlo y reemprendieron su marcha hacia Dendara.

La llegada de los últimos paladines fue decisiva: rápidamente los puestos fronterizos de Angaloth fueron tomados con una serie de victorias fulminantes. Para entonces, Patric ordenó disponer guarniciones en las Torres de Angaloth y colonizar las tierras conquistadas para aprovisionar al ejército en una más que previsible, larga guerra. El bando del Mal parecía perdido y se preparaba para la batalla que decidiría su destino en el interior de la ciudad. Sorprendentemente, la ciudad de Galador aún aguantaba el incesante ataque de las Huestes del Bien.

Por fin, las tropas asediantes se prepararon para tomar la ciudad que tiempo atrás les perteneció y fue cuna de los clérigos de Lummen durante siglos, y se desplegaron frente a las murallas. Nuggler, el sumo antipaladín de la Orden de la Rosa Negra, tomó el mando del desarrapado ejercito de Dendara y lanzó una arenga a sus hombres, que se prepararon para una muerte cierta defendiendo sus ideales.

Mientras tanto los Drows estaban más que preocupados: ninguna de sus sacerdotisas podía comunicarse con Lloth, y muchos esclavos -y no tan esclavos- fueron sacrificados intentando recuperar su favor. Creían que habían hecho algo que había logrado su desprecio y por eso no les escuchaba. Con la mentalidad propia de los Drows, pensaron la mejor forma de satisfacer a su malvada Diosa, y así organizaron sus huestes superando las rencillas. Tras erradicar el culto a Eilistrey, el ejército salió a la superficie dispuesto a borrar Takome de los mapas.

Justo una hora antes del amanecer, el Archiprelado convocó en reunión extraordinaria al Consejo, mientras que Nuggler preparaba las ultimas defensas. El Archiprelado presentó al Consejo un plan propio de un loco, pero ante la desesperación, el Consejo lo aprobó.

El plan era destruir la Muralla Este y atacar las Torres de Angaloth que se levantaban mas allá, para distraer a los seguidores de Paris. Mientras tanto, Nuggler habría de abrirle paso con la milicia y los pocos guerreros entrenados que aún quedaban hasta la Catedral de Oskuro, desde donde espera poder llevar a cabo el devastador conjuro que traería de vuelta al Dios del Mal, que supuestamente, le había hablado. A pesar de lo descabellado del plan, Nuggler atravesó las filas del Bien escoltando al Archiprelado y a sus acólitos.

Una vez ante el inmenso Altar del Mal, el Archiprelado ordenó a los milicianos colocarse en hileras en torno a la estatua del antaño glorioso Dios del Mal. Nuggler y sus guerreros trataron de repeler a los seguidores de Paris que cruzaban el puente sobre Maragedom, pero la bravura y el empuje de los fervientes -y numerosos- seguidores de Paris les permitieron alcanzar el puente. Patric alcanzó la Catedral, y ese parece ser el momento que Nuggler esperaba, pues ordenó quemar las cuerdas que sujetaban la desvencijada pasarela y muchos hombres se precipitaron sobre el ahora maldito bosque desde cientos de metros de altura.

El combate entre Nuggler y Patric, enemigos eternos y máximos representantes de sus órdenes, comenzó a un ritmo trepidante. Los movimientos eran mas rápidos de lo que el ojo humano puede captar, guiándose más por instinto que por otra cosa, y los espectadores solo eran capaces de adivinar el progreso del combate en las momentáneas paradas, aunque ninguno pareció llevar una ventaja decisiva en ningun momento. Mientras, el Archiprelado finalizó su salmo, con el que pretendía traer de nuevo a Oskuro a Eirea, y ordenó a sus acólitos sacrificar a los campesinos que antes les habían protegido y escoltado hasta allí, pues era la única forma de completar el sacrificio.

Nuggler, a pesar de su maldad y Fe en Oskuro, quedó sobrecogido ante tal manifestación de crueldad, algo que no encajaba en los principios que le habían llevado a lo más alto de su Orden, momento que Patric aprovechó para ensartar con su arma el compungido corazón del Paladin del Mal.

Con el sacrificio completo, la Oscuridad que rodeaba Dendara se desplazó hasta centrarse sobre la Catedral, y entonces empezó a condensarse sobre el Altar, hasta adquirir una apariencia vagamente humanoide.

Sin embargo, esta figura no era Oskuro, sino alguien diferente. La Catedral se colapsó ante tanto poder y comenzó a derrumbarse. Todos sus ocupantes perecieron debido a ésto y al descomunal terremoto que recorrió los Reinos a continuación. El inmenso cráneo que adornaba la catedral cayó rodando, hasta quedar clavado en el centro de Maragedom, lugar donde sigue incluso hoy día.

La Batalla de Dendara finalizó con una rápida derrota del bando maligno, crudamente masacrado. Algunos miembros del Consejo lograron huir hasta el Bosque de Wareth a través de las cloacas.

Paris abandonó a sus seguidores decepcionado por su brutalidad y falta de misericordia, retirándose de Eirea, tal y como Oskuro había predicho. Nathan le siguió.

Los supervivientes de Dendara, por su parte, pidieron asilo a los señores de Golthur, que luchaban cerca de Angaloth Norte con las Fuerzas del Bien. Las tropas de los verdes estaban comandadas por un curioso ermitaño, que no pudo ofrecerles ninguna ayuda, tan sólo atravesar sus tierras, desde donde se dirigieron a Galador, la única ciudad del antiguo Reino de Dendara que seguía bajo el control del Mal. El Emperador acogió a los refugiados con recelo, pues aunque Sharanos había desaparecido, no quería ver su puesto en peligro, y de todos modos precisaba de cuantos refuerzos pudiese disponer.

El Asedio de Galador, que debería haber acabado con el Mal en la Humanidad, tuvo que ser levantado precipitadamente, ya que los Drow habían invadido Takome. Así pues los últimos guerreros del Bien, con la sensación de que el mundo se derrumbaba, emprendieron el regreso a Takome.

Mientras tanto, en lo más profundo de la suboscuridad, los enviados de Xhork lograron su objetivo. En la profunda oscuridad de Zharrael-Zordan, Kherod-D'hin, el Príncipe Demonio, había despertado.

Días de transición; la formación del Nuevo Firmamento

El ejército del Bien, a pesar de estar muy mermado por las batallas contra humanos, orcos y demás criaturas malvadas, alcanzó Takome dispuesto a luchar una vez más; esta vez para expulsar a los Drow de su tierra. Sorprendentemente la ciudad estaba desierta. Los Drow se habían retirado, pero llevándose a gran parte de la población como esclavos. El dilema surgió al no estar preparados para perseguir a sus enemigos en el auspicio de la suboscuridad, así que prometieron que tarde o temprano harían pagar por todo aquéllo a los elfos malvados, y se dedicaron a reorganizarse y reconstruir sus murallas.

Oskuro hubiera preferido mil veces la muerte a aquella dimensión en la que Paris le había recluido, llena de Dioses sin ningún tipo de ambición, preocupados, tan sólo, en juegos insulsos. Para colmo, su poder parecía recuperarse muy lentamente, demasiado lentamente. Recuperar su gloria le costaría una eternidad. Pero estaba dispuesto a esperar.

Mientras meditaba sobre eso, se le acercó una figura familiar. Era Eralie, deidad del Bien de aquella dimensión paralela a la que Oskuro acudió buscando ayuda, y que había ayudado a derrotar. Cuando estuvo aliado con aquellas criaturas que supuestamente le devolverían el favor ayudándole en la conquista de Eirea y la definitiva derrota de Paris, su mayor triunfo fue someter a Eralie, quien por otro lado prefirió abandonar aquel mundo a verse destruido en la batalla.

- ¡Vaya! No pensaba verte por aquí.
- No estaría aquí si Seldar no me hubiese traicionado. Prometió acudir a Eirea a expulsar el Bien, pero... algún día le mataré. Recuperaré mi poder y le destruiré completamente.
- Jajaja, Oskuro, ¿Tienes alguna noticia de Eirea? Toma este orbe -y chasqueando levemente sus dedos, le cedió una pequeña bola de cristal- y echa un vistazo por ti mismo.

Oskuro quedó consternado ante la visión que apareció en el orbe. Seldar, el Dios de aquellos monstruos que le habían traicionado, estaba en Eirea ocupando su lugar como legítimo Dios del Mal, e incluso, sus más fieles seguidores, encabezados por el Archiprelado, habían colaborado en su llegada. Dominado por la rabia, se dirigió a Eralie.

- Tienes que ir allí. Tienes que acabar con él.
- ¿A Eirea? ¿Qué se me ha perdido allí?
- Seldar está allí. Es tu archienemigo, ¿No? Ve y destrúyelo.
- Te equivocas, no odio a Seldar. El creó a sus criaturas y yo a las mías. Las enfrentamos para ver cuales eran mejores y él ganó. Con tu ayuda, pero ganó. Es así cómo funciona, su creación resultó mejor que la mía.
- Pero en Eirea hay... hay unas criaturas especiales. Existen en muy pocos mundos, y Eirea es uno de ellos.
- ¿Y qué tienen esas criaturas? ¿Son más destructivas? ¿De qué lado se alinean?
- Eso es lo que las hace especiales. Por supuesto en Eirea hay muchas criaturas alineadas naturalmente con el Bien o el Mal, pero éstas son especiales porque son libres de decidir su destino. Y no solo eso.
- No te entiendo.
- Es difícil que lo entiendas si nunca has visto algo así. Se llaman humanos y son capaces de tomar sus propias decisiones, independientemente de los Dioses. Viven muy poco, pero en ese tiempo pueden dejar una huella más profunda que cualquier otra criatura.
- Interesante. Cuéntame más.
- Y no solo eso. Son capaces de influir en las demás criaturas. Al ver a los humanos, otras razas son capaces de apartarse de su línea de comportamiento natural. Es decir, criaturas buenas que se vuelven malvadas. Y viceversa.
- Entonces son... son una abominación.
- No. Eirea es mucho más interesante que tu mundo. Y ahora Seldar esclavizará a todos bajo el estandarte del Mal.
- ¿Y no es eso lo que tú pretendías?
- No. Bueno, es diferente.
- Si, claro, ya veo. De todos modos has conseguido despertar mi curiosidad, y aquí poco tengo por hacer. Quizás investigue tu mundo.

Los Drow habían regresado a su hogar en la profundidad de la antípoda, pues presentían un gran peligro, un peligro tal, que incluso para unos seres despiadados y sangrientos como ellos, resultaba perturbador; y volvían para defenderse.

Además, Lloth no había aceptado su ofrenda: la ciudad fortificada de Takome y el asesinato de miles de sus habitantes. Obviamente, una actitud así no era lógica en la Diosa Araña, y su actitud les preocupaba en demasía. ¿Qué querría realmente?

Pero el dilema y los diferentes puntos de vista cesaron, y las casas abandonaron sus diferencias cuando la temible noticia llegó a la ciudad. El Demonio había regresado. Los Drow no estaban preparados para afrontar una situación como esa, abandonados por Lloth, la mano que les guiaba, y con la peor de sus pesadillas hecha realidad no pudieron defenderse cuando Kherod-D'hin arrasó Tzerneelle'Dol hasta los cimientos, aniquilando a millares de Drow.

- Al fin. Me he librado de aquella cáscara y aquí estoy, con mi poder pleno.
- Una jugada muy astuta, Señor.
- Sí. Bueno, estoy dispuesto a hacerme con el control de todo. ¿Qué sugieres?
- Dendara no tiene por qué sufrir más. Los corazones de sus gentes son malvados y os seguirán cuando llegue el momento.
- Ya veo.
- Pero no comprendo porqué castigar de esa forma a los Drows, no lo entiendo. Os habrían seguido también si hubieseis detenido a Kherod-D'hin.
- No me gustan esos Drow. Contesta a mi pregunta: ¿Cuál es el próximo paso?
- Enseñar a los seguidores del Bien a temeros, Señor. Arrasar Celiath no estaría mal como advertencia.
- Me gusta.
- ¿Entonces he de suponer que debo volver a Celiath y...?
- No. Tengo a alguien mejor para esa tarea. Tu me servirás de otro modo.
- Os escucho.
- Había pensado eliminarte, pero te necesito. Uno de los demonios de Oskuro me ha... desafiado. Le he encerrado en un cuerpo inmortal, para torturarlo durante toda la eternidad. Pero ha escapado. Búscalo y tráemelo.
- ¿Cuál es su nombre, Señor?
- Es... Vagnar.

Draifeth estaba contenta. Llevaba mucho tiempo buscando el modo de eliminar a Lloth, y ahora Oskuro había hecho el trabajo por ella. Además, los aterrorizados Drow no dudarían en aceptarla como su Diosa suprema. Así se presentó ante los Drow supervivientes y les explicó que Lloth les había traicionado, uniéndose a Oskuro, y juntos habían despertado al Demonio, su peor enemigo, para que acabase con ellos. Ella les guiaría hacia su nuevo Reino y juntos acabarían con la traidora.

Aquella historia no llegaba a encajar del todo, pero los Drow, desamparados, la siguieron. Tzerneelle'Dol quedó abandonada y los Drow construyeron su nuevo Reino, lejos, muy lejos de allí. Kherod-D'hin, completada su misión se retiró de nuevo a su eterno letargo.

Las gentes de Celiath se vieron dominadas por el pánico cuando la gran criatura alada apareció en los cielos. Era Anacram, el Lugarteniente de Seldar, la más poderosa de sus criaturas, que descendió sobre la ciudad con su ejército, aniquilando a sus habitantes uno tras otro. La Era Oscura había comenzado.

Cuenta la leyenda que sólo quedaban una veintena de personas con vida, ocultas en una derruida capilla consagrada a un dios olvidado. Anacram se adelantó explicándoles que toda resistencia era inútil. Su primera víctima fue una pobre niña de seis años, la hija de Kaliden, un antiguo cabo de la milicia. Kaliden se vió invadido por la furia y se lanzó contra Anacram lanzando gritos de guerra. Anacram, de un revés, le lanzó por los aires una veintena de metros, incrustándolo entre los escombros, y después se aproximó a los restantes, dispuesto a despacharlos.

Pero Kaliden se levantó. La sangre chorreaba de la comisura de sus labios y mantenía los ojos entrecerrados por el dolor. Empuñando su espada larga con ambas manos cuando se acercó dispuesto a morir luchando contra el Demonio. Anacram soltó una brutal carcajada ante la osadía del humano, que era consciente de la desaparición de Paris y sabía que a pesar de sus esfuerzos no tendría éxito. Golpeó al demonio en su armadura quitinosa, pero éste no pareció verse afectado por el impacto y hundió su garra en el abdomen de Kaliden, regocijándose ante las muestras de dolor del humano.

Derrumbándose, inconsciente, Kaliden levantó por última vez su arma y, con su último aliento, se encomendó al Bien Supremo, al tiempo que atacaba con su arma en un arco descendente dirigido al cuello de Anacram. Sin embargo, el golpe no habría servido de nada en circunstancias normales, tal era el poder del Demonio.

De cualquier modo las circunstancias no eran normales. Algún Dios se apiadó del humano. Su, de otro modo inútil arma, se iluminó con un fulgor azulado, dejando una estela brillante en el aire, y chocó contra la coraza antinatural de Anacram.

Saltaron chispas y la hoja se dobló, a punto de partirse, pero finalmente la armadura pareció resquebrajarse y la espada se hundió en la carne del demonio provocando una profunda herida de la que salía, como si de un surtidor se tratase, el maloliente icor que los demonios tienen por sangre.

Anacram estaba muy malherido y a costa de enfadar a su Señor, se retiró del Plano Material para curarse. Kaliden, al borde de la muerte, amenazó a los demás demonios que, ante lo que acababan de presenciar, se marcharon en desbandada. Cuando estuvieron fuera de su vista, Kaliden se derrumbó, y sus compañeros se acercaron para socorrerlo, pero ya no había salvación para él. Mientras se rendía al abrazo de la Muerte, Eralie, que era quién le había ayudado, habló a través de él, explicando a los humanos que estaba dispuesto a guiarlos en su lucha contra el malvado Seldar, pero que el ritual que le traería a Eirea necesitaba mucho por su parte.

Les explicó lo que debían hacer y después, se llevó el cuerpo de Kaliden de los Reinos, con el propósito de que jamás fuera corrompido.

Los Dieciocho de Celiath, como serían conocidos desde entonces, juraron que difundirían el mensaje y traerían la Luz de nuevo a Eirea. Tras ocultar la espada de Kaliden -actualmente conocida como la Hoja Doblada de Kaliden, una poderosa arma para los que combaten el Mal- se dispersaron para llevar su mensaje por los Reinos que aún siguiesen la guía del Bien.

El desenlace: un nuevo amanecer en los Reinos

En la Isla de Naggrung, lejos de Dalaensar, eran pocos los que sabían lo sucedido en el continente. El Rey Agnur se mantenía informado gracias a sus espías, pero a parte de eso el pueblo ignoraba lo sucedido. Compadecido por la suerte de los habitantes del resto de Eirea, pero sabedor de que no podía hacer demasiado por ellos sin poner en peligro la seguridad de su propio Reino, envió un mensajero para salvar al menos a los más eminentes y evitar que el sufrimiento de la gente fuese en vano.

Mientras, la Compañía de Celiath, los únicos supervivientes de la devastación que había asolado la antaño gloriosa ciudad, difundieron la palabra de Eralie y la esperanza renació en las gentes de buen corazón. Al cabo de unos meses se reunió en los puertos de Takome una comitiva de héroes: elfos, gnomos, enanos y humanos, liderados por los Dieciocho de Celiath. Tras recibir la bendición del anciano Rey Moisés embarcaron con su sagrada misión hacia el sol naciente. Su destino: la isla perdida de Eradia, donde encontrarían al único ser capaz de traer el Bien de vuelta a los Reinos.

La situación que dejaron atrás no fue muy prometedora. Paris se había retirado, y con él el vinculo que permitía a los antiguos dioses, Gestur y Lummen, favorecer a sus seguidores. El pueblo culpó a los Dioses de haberles abandonado y casi aniquilado, y los antes admirados paladines y clérigos eran vistos con recelo por las gentes. Al mismo tiempo, los magos, que por obtener su poder de fuentes no divinas conservaron casi intactas sus artes a pesar del Cataclismo, eran mal vistos y despreciados.

Además, el Mal no venía solo de la mano de Seldar. Un mal arcaico, hasta entonces encerrado por el poder de Oskuro, acabó con la vida de su guardiana. Sus territorios, el poblado de Eloras y la Ciudad comercial de Anduar habían quedado destruidos por las grandes batallas del Apocalipsis, lo que tampoco le molestaba, pero sí que suponía ligeros inconvenientes a corto plazo. Así pues montó en su negro carruaje y consiguió un nuevo ejército. Su plan era hacerse con el Reino de Kheleb-Dum.

El mensaje venido de Naggrung, la única promesa de salvación para las confusas gentes de Dalaensar, se difundió mucho más de lo que Agnur hubiera pronosticado y deseado. Gentes de todos los Reinos, sin distinción de raza o alineamiento, iniciaron su éxodo a las playas de Zumelzu, donde llegarían los barcos del gran Rey Agnur, el Salvador.

- No le encuentro. Capitaneó a los orcos y goblins durante la Guerra de Dendara, pero después desapareció. No hay noticias de él. Parece que se lo haya tragado la tierra.
- ¡Estoy rodeado de inútiles! Primero Anacram y ahora tú. Además, por motivos que desconozco, mi enemigo ancestral está buscando la forma de venir también a este mundo.
- ¿Quién puede oponerse a vos?
- Muchos lo hacen, pero están destinados a perecer. Se trata de Eralie. Representaba el Bien en mi mundo, hasta que le destruí... gracias a tu antiguo amo, Oskuro.
- ¿Y qué pretende?
- Busca a uno de los Dioses Primigenios de éste mundo, el único que queda. Se dice de él que fue el Primero y también será el Último. De algún modo espera que le abra un Portal a esta dimensión.
- Habrá que impedirlo...
- Sí, no estoy dispuesto a que ese estúpido de Eralie vuelva a retrasar mis planes. Busca a Sergial. Convéncele de que se una a mi causa. La comitiva ha partido, pero enviaré vientos que les retrasen. Que Sergial les elimine antes de que alcancen Eradia.

La situación en Takome era demasiado tensa. Amablemente, el Rey Moisés pidió a los últimos paladines y clérigos que abandonasen su ciudad para evitar más enfrentamientos. Éstos aceptaron y se pusieron en marcha a Zumelzu, resignándose al olvido para mantener la paz. Cuenta la leyenda, que los últimos Paladines y Verdaderos Clérigos de Bien, gracias a una intervención divina, abandonaron definitivamente Eirea, hacia un destino desconocido, en otra dimensión, donde pasar desapercibidos para toda la Eternidad.

El Rey Durin estaba sentado en su trono de piedra cuando llegaron las noticias del exterior. Algo estaba matando a sus vecinos gnomos por centenares. Algo muy malvado, pues lideraba tropas de esqueletos, zombies y otros muertos vivientes. Tras reflexionar y comprender que de un tiempo a esta parte las cosas iban cada vez peor, y pese al aislamiento que había intentado mantener para evitar llevar a su pueblo a la Guerra que asolaba toda Dalaensar, decidió que había llegado el momento de enfrentarse a los problemas y ordenó a sus sirvientes que le trajesen su armadura. Viviría o moriría, pero sus súbditos le recordarían por su valentía... si es que quedaba algún súbdito con vida.

Agnur no recibió de buen grado el regreso de su mensajero, pues las nuevas que traía no le eran gratas. Miles de personas se habían congregado en Zumelzu en espera de la ayuda de Naggrung. Aquello ponía claramente en peligro su Reino. No podría salvarlos a todos y los que salvase aumentarían el número de bocas que alimentar. Cruel pero necesariamente, decidió no cambiar sus planes, y sólo tres galeones salieron del Puerto de Bhenin para ayudar a los desgraciados. Mientras tanto, el pueblo seguía ignorante de las maniobras de su gobernante.

El enemigo de Durin era una visión terrorífica, capaz de helar la sangre en las venas del más valiente. Durin había oído hablar de él, el mortal más poderoso de los Reinos, pero pensaba que era fruto únicamente de las canciones de los bardos. Durin se equivocaba en algo: Drakull hacía mucho tiempo que no era mortal. El Rey enano le había desafiado, lo que le habría provocado hilaridad si es que su corazón de piedra pudiese sentir algo. Por supuesto había aceptado. Él solo se bastaba para destrozar a cualquier mortal, y además disponía de sus famosas -y codiciadas- armas.

Durin fue el primero en atacar y para su sorpresa, Drakull agarró la pesada maza con la mano desnuda, frenando el mortal impacto. Después, de un tirón, le arrebató el arma y la lanzó por los aires, fuera del alcance del enano. Con una malévola sonrisa dibujada en su rostro, desenvainó con la otra mano una de sus espadas y la dirigió contra Durin. El Rey de los enanos rodó entre las piernas del vampiro, y sacando una daga bendita, regalo de una famosa clériga de Lummen años atrás, la clavó en la pierna de Drakull. El imponente vampiro, enfurecido por el dolor se giró aprovechando el impulso para acelerar la hoja de su Sangrienta, que chocó contra la dura coraza mágica del enano, atravesándola como si fuera mantequilla y provocándole una herida mortal.

Drakull estaba furioso. En alguna ocasión algún gran héroe le había llegado a derrotar temporalmente, pero la daga del enano estaba absorbiendo su maléfico poder, y no podía arrancársela, pues parecía resistirse a que él ni ninguno de sus sirvientes la tocase. Debilitado pero no derrotado, maldijo a los enanos, aseverando que por esta vez vivirían, pero algún día volvería a por ellos, o por sus hijos o los hijos de sus hijos, y cobraría su venganza por aquella afrenta. Tras esto, cortó la barba centenaria del moribundo Rey Durin y se desvaneció con la bruma del amanecer que despuntaba tras las montañas. Los enanos, por su parte, también juraron vengar aquel desafío, pues cortar la barba de su Rey era una afrenta contra toda su raza. Sin la guía de Drakull, los muertos vivientes fueron derrotados por los enfurecidos guerreros enanos.

El "Luz del Amanecer" no disponía de remos y hacía casi una semana que los vientos no eran favorables a su rumbo. Parecía que los Dioses estuvieran contra su tripulación... y así era en realidad. La Compañía empezaba a caer en la desesperación, pues no habían previsto aquel inesperado problema y los víveres escaseaban. A pesar de la Sagrada Misión que les había llevado a emprender el viaje, los ánimos se iban caldeando. Casi tanto cómo se caldeo el aire cuando la figura del gran Sergial comenzó a formarse sobre las desgastadas tablas de la cubierta. Había entre los tripulantes un impetuoso guerrero, que en su día llegó a pertenecer a la Orden de los Paladines del Bien, que ya se había enfrentado a él en el pasado, y fue el primero en adelantarse.

- ¿Qué haces aquí, Sergial?
- Mmm, digamos que tengo un nuevo socio que no ve muy bien vuestros fines. Y como no, he venido a acabar con vosotros.
- Ríndete, Sergial. Aquí no puedes con nosotros. No estás en tu elemento, tu poder no sirve de nada.
- Tampoco el tuyo, estúpido. Habéis perdido el poder de vuestros Dioses, no os queda nada con que combatirme.
- ¡Me queda mi fuerza!

El bravo guerrero cargó contra el monstruo dispuesto a arrollarlo y lanzarlo por la borda, pero Sergial se desvaneció en el aire en una nube de llamas, para aparecer por detrás de su oponente y propinarle un brutal golpe en la espalda que le hizo caer de bruces. Enrabietado, el otrora paladín, se levantó y lanzó una segunda carga, de nuevo con infructuoso resultado. Pero el humano estaba preparado esta vez y rápidamente giró, incrustando el pomo de su arma en el pecho del monstruo. Sergial soltó una carcajada y fundió el metal del arma en las manos del guerrero.

Cuando el resto de la tripulación iba a unirse a la lucha, el guerrero elfo les detuvo con un gesto. El barco había estado navegando a la deriva, pero su avezada vista había visto tierra a lo lejos. Sergial era poderoso, y aunque en desventaja, era perfectamente capaz de acabar con ellos si se lo proponía. No, lo que debían hacer era distraerlo. El elfo -el único capaz de distinguir el rumbo- habría de partir en una barcaza con otro tripulante y alcanzar la costa. El elegido fue el hermano de Kaliden, uno de los supervivientes de Celiath, y juntos fletaron la barca, a pesar de que Ghrum, el joven enano, les tachara de cobardes.

Sergial iba a acabar con la vida del guerrero cuando una lluvia de flechas aguijoneó su espalda. Los demás tripulantes querían pelea. El Demonio se giró para plantar cara a sus nuevos enemigos.

El revuelo agitó a los cientos de miles de personas que se hacinaban en las playas de Zumelzu cuando las siluetas de los barcos de Naggrung se dibujaron en el horizonte. La salvación estaba a unas horas de distancia, pero... eran sólo tres barcos, muchísimos menos de los necesarios para transportar a tanta gente. Las rivalidades que la esperanza había mantenido sumergidas resurgieron, parecía que tendrían que luchar una vez más. Las tropas del Bien y el Mal se alinearon una vez más, si bien ya no seguían la voluntad de ningún Dios, tan solo su propio instinto de supervivencia.

El barco estaba en llamas, a punto de irse a pique, y solo dos contendientes quedaban con vida en la cubierta: Sergial, Señor del Fuego y Ghrum, un joven enano de la escuela de los Khazad-Dum Uzbad. El monstruo Sergial había acabado con todos los demás, pero las reservas de energía del enano parecían inagotables. Ghrum lanzó un cabezazo contra Sergial, pero éste era mucho más rápido y esquivó la embestida, como venía ocurriendo desde hacía un rato. Tarde o temprano el enano sería derrotado.

Ghrum estaba en seria desventaja, había consumido casi toda su fuerza en vano contra Sergial, pero tenía que resistir un poco más hasta que sus compañeros ganaran la costa, o todo su esfuerzo no habría servido para nada. Apelando la fuerza de los antiguos guerreros enanos, utilizó su más potente técnica y se lanzó descontrolado contra Sergial a una velocidad de vértigo. El monstruo no tuvo tiempo para reaccionar y fue literalmente arrollado. Enano y demonio cayeron juntos por la borda mientras el barco se iba a pique y les arrastraba a las profundidades del océano.

Justo cuando el elfo y el humano desembarcaban, Sergial cayó al agua, que se tragó al impío Demonio del Fuego. Pero la reacción fue devastadora, originando un tremendo maremoto que sacudió todos los mares de Eirea.

El Señor de Eradia, un poderoso Dios de los tiempos antiguos, también conocido como El Innombrable, me ha "pedido" que omita la siguiente parte, pues quiere mantener su anonimato, y no estoy dispuesto a desafiar su ira. Obviamente el elfo y el humano tuvieron éxito, pues Eralie se encuentra presente en Eirea. Quizás algún día se me permita contar aquéllo, y así lo haré alegremente. Por el momento, ésta parte permanecerá en las sombras.

En las playas de Zumelzu tenía lugar una sangrienta batalla cuando los mares se agitaron. Aokromes, un poderoso inmortal que había decidido acompañar a los supervivientes de Dalaensar en su éxodo hacia Naggrung detuvo la lucha: no merecía la pena hacerlo, pues los barcos de Naggrung habían sido tragados por un inmenso tsunami que avanzaba hacia la costa. Hubo gritos, llantos y ofensas a los Dioses antiguos por la destrucción que habían desatado, pero ninguna de todas aquellas personas intentó huir, pues la situación si regresaran no era mucho más favorable.

La monstruosa ola se los tragó a todos.

Desde entonces Eirea ha atravesado buenas y malas épocas, siendo éstas las más abundantes: hambre, epidemias y guerras siguieron al Cataclismo. Desde entonces han pasado algo más de dos siglos y la fuerza de voluntad de las gentes de Dalaensar ha logrado llevar de nuevo el continente a una época no de paz, sino de estabilidad. Los nuevos Dioses, Seldar, Eralie y Draifeth han ganado adeptos y se enfrentan por la supremacía sobre Eirea.

Los elfos y enanos, que se habían mantenido al margen tanto como habían podido, como suele ser costumbre en estas razas, vuelven a mezclarse con los demás habitantes de Eirea, y otras, como los gnomos, los duergars o los drows, empiezan a ver la luz al final de ese interminable túnel que casi les lleva a la extinción.

Con el tiempo, también llegaron nuevos Dioses, deseosos por obtener su trozo del pastel, alineándose con las criaturas que les resultaron más afines, huérfanas de Fe y ansiosas de divina protección. Dispuestos a complicar el complicado panorama celestial.


Línea temporal de la historia de Eirea
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Otros compedios históricos
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