Nirvë

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Nirvë ama el océano. Ama, sobre todo, la sencillez que esconde su enorme vastidad. Mientras habitaba en el Panteón de los Dioses, soñaba con tejer y dar forma a cada simple molécula de agua: algo tan sencillo como perfecto y equilibrado. Soñaba con expandir su creación y dejar que aflorara en un mundo tan impuro y tan imperfecto como el del Primer Plano Material. Y así lo hizo. Tras una milésima de segundo en la concepción mortal del Tiempo, Nirvë ya había sembrado por Eirea su creación. Tan grande fue el amor que sintió por el océano, los mares, los lagos y los ríos, que en su inmortandad surgió el Apego; y no es propio de un ser puro, perfecto e inmortal, el sentir los velos de las especies mortales. Por ello, mitad destierro y mitad voluntad propia fueron los designios que la trajeron hasta aquí, hasta su más increíble construcción. Para su mayor gozo, ha adoptado forma de ninfa, pues lo que ante tí se haya sentado en su trono de conchas y otros endoesqueletos de crustáceos es una de las más divinos tesoros del Panteón. Una estilizada figura de rasgos élficos y de piel aguamarina, coronada con espuma dorada de olas oceánicas en una ondulada caballera, que conforme flota con vida propia en el agua, reflecta acogedores los rayos dorados del Sol que con tanto cariño calienta la materia de su Creación. Pero no hay reflejo del astro padre que pueda eclipsar al brillo de sus ojos, que son dos pulidas orbes de esmeralda, en donde toda imágen, por perversa que sea, se transforma en el amor del que ella está hecha. Las perlas que con gran atino ella procuró que brotaran de las ostras, están ahora colocadas en una brillante dentadura; porque ella siempre sonríe, siempre, y es su sonrisa la que tantos naufragios ha provocado a lo largo de los anales de la historia de la navegación. Es la sonrisa que ahora mismo se esboza ante tus ojos, silueta de sus carnosos labios turquesa, que poseen el brillo de todas las gemas que escondidas entre las rocas marinas, esperan ser descubiertas para el deleite de unos pocos; y que cuando sonríe más levemente se contráen, y es entonces cuando su sonrisa ausente es más bella que nunca, porque de sus labios entreabiertos no solo brota el el brillo virginal de sus perlas de nácar, sino las canciones más inauditas de Dalaensar, una telaraña de sonidos jamás imaginados en el plano material. Y es así que sus melodías la abstráen, y entrecierra sus ojos de esmeralda, hermosos párpados negros, largos como algas, doman el verdor del brillo de aquellos. La perfección en sus facciones tambien reside en su piel, tan fina como la más fina de las arenas de la playa. Pequeñas perlas de aire se difuminan a lo largo de toda ésta, y se deslizan suavemente hasta su frente cuando cuando sonríe, que es Siempre, o cuando se mueve. La voluptuosidad de sus curvas es prohibida, porque no hay tesoro que guarden los más altos reyes que pueda compararse con su figura, y es por ello que ningún mortal jamás podrá aspirar a gozar de ella. Escasos vestidos de algas entrelazadas componen su indumentario, pues el refugio en las riquezas materiales no forma parte del velo que la desterró al mundo mortal. Retozando por su cuerpo se pueden ver, en ocasiones, pequeñas estrellas y caballos de mar, que guardan con recelo sus más íntimos tesoros.